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Hacia el crecimiento económico con justicia social

Se ha avanzado mucho en la búsqueda del modelo de país que se traduzca en calidad de vida para todos. Sin embargo, sigue siendo un gran desafío combinar el crecimiento económico sostenido con altos niveles de justicia social.

Muchos teóricos del desarrollo han dedicado su vida a analizar el mecanismo a través del cual la población potencia sus capacidades, que no sólo se sustenta en el incremento de su ingreso. El pensamiento de Amartya Sen ilumina el camino de estas ideas de justicia y equidad: el desarrollo basado en los derechos de las personas sobre los bienes que les proveen capacidades que los hacen libres.

Las Ciencias Económicas de fines de siglo XIX y comienzos del XX consideraban a la persona de un modo muy abstracto. El economista irlandés Francis Ysidro Edgeworth, que caracterizaba al mercado como “un conjunto de hombres átomo”, quería resaltar que ninguno estaba por encima del otro, que ninguno podía dominar al mercado. La idea de competencia perfecta, de “hombres átomo” buscaba maximizar sus aplicaciones. Allí no hay absolutamente ninguna consideración del ser humano.

El mismo John Hicks, economista británico galardonado en 1972 con el Premio Nobel en Economía, en su libro “Valor y capital” no diferencia siquiera entre consumidor, empresario o productor. Expresaba que, según a qué precio relativo pueda producir tal o cual individuo un bien determinado, estará del lado del consumo o del lado de la producción.

Las Ciencias Económicas, ya desde el siglo XVII, cuando se alejaron del pensamiento económico escolástico al divorciarse de lo que había sido su origen -relacionado con el pensamiento religioso- dejaron de estar subordinadas a ciertos valores. En la Grecia Clásica, todo lo que se razona sobre economía en Platón y Aristóteles, depende de la noción de justicia que se tiene.

Entonces, con este cambio, la idea de vincular lo económico con lo justo desaparece y surge lo que se ha dado en llamar ciencia económica “autónoma”, que alude a algo abstracto, aséptico que, en realidad, se aparta de los valores.
A partir del siglo XIX, aparece la idea del “salario justo”, y con Keynes ya no sólo es salario lo que requiere el trabajador, sino empleo y toda una serie de componentes de bienestar adicionales.
¿Cómo ha evolucionado el pensamiento económico durante estos dos siglos ante la disyuntiva de incluir los valores en el trabajo de la ciencia o prescindir de ellos?

Si imaginamos al economista con sus modelos, tratando de verificarlos a través de la econometría, hay una etapa del estudio en que se puede prescindir de los valores, tal como declaraban ciertos economistas del pasado cuando hablaban de una “neutralidad ética”. Pero en la visión actual del economista como político, en la gestión y ejecución de medidas de gobierno, no es posible apartarse de un determinado esquema de valores.

Retomando las reflexiones del comienzo de esta nota, el Centenario de 1910 reflejó una inserción importante en el mercado mundial: un Estado nacional unificado con estabilidad institucional, con una prosperidad que comenzaba a sumar a los estratos medios e incluso de extracción inmigratoria. El importante crecimiento económico surgía de la exportación de alimentos y materias primas a Europa.

Pero si hemos de evaluar perspectivas en cualquier época, la única respuesta de las reglas del arte remite a la profundización de las ventajas competitivas de los países en cada momento de su historia.
Las Ciencias Económicas -como las ciencias en general- deben contribuir al aumento de la productividad en todo el tejido productivo nacional, basándose en la incorporación de nuevas tecnologías y mediante la modernización del proceso de producción y los sistemas de gestión.

Para que los nuevos procesos de la globalización no generen nuevas dependencias de proveedores externos de tecnología incrementando el gasto consecuente, el proceso innovador debe contener un importante aporte de I+D endógena. Como es bien conocido, la competitividad internacional no puede comprarse en ningún mercado, y es precisamente esto lo que incrementa las diferencias entre los distintos tipos de países.

La gran diferencia entre los modelos del desarrollo y del subdesarrollo depende de los recursos. No simplemente de los recursos materiales y naturales sino, en gran medida, de los recursos humanos. Es ahí donde se sitúa la misión de gestionar el presente con miras a potenciar las capacidades y habilidades humanas. Reconociendo, como decía Drucker, que el “recurso económico básico” es el saber, y que las actividades esenciales de creación de riqueza, son aplicaciones del saber al trabajo.

En esta sociedad caracterizada por la creciente importancia del conocimiento creemos firmemente en la democratización de su creación y distribución, y en la función social de su aplicación como estrategias esenciales para favorecer la participación igualitaria de todos sus integrantes.

Cuando en 1881 abrió sus puertas la primera Escuela de Administración de Negocios, su fundador, Joseph Warton, dijo que el Management debía llegar a las mismas alturas que el Derecho o la Teología, hasta entonces disciplinas clásicas de la Universidad. La misión del management fue entendida entonces como la de regir las relaciones de los hombres entre sí, y las de ellos con las cosas materiales y espirituales del mundo. Ese pensamiento persiste. Con el agregado de que hoy esa misión debe balancear tres dimensiones: la mundial, la regional y la nacional.

El Bicentenario en Argentina debe superar la simple conmemoración para convertirse en la construcción de nuevos horizontes enriquecedores, en cada momento, de la identidad de la Patria a través de los valores de la solidaridad, la justicia y la unidad nacional, con proyección hacia los países de América Latina con quienes compartiremos este momento histórico.

http://www.uba.ar/encrucijadas/47/sumario/enc47-crecimiento-justiciasocial.php

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