Les tocó en suerte una época extraña.
El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.
"un tiempo que no podemos entender"... Teniendo en cuenta que el poema es de 1985, ese tiempo es, precisamente, lo que sus (y nuestros) contemporáneos insistían en llamar "presente". De tanto andar parcelando la eternidad, terminamos convenciéndonos de que hay algo especial en este instante que nos tocó habitar (y así comienzan también las guerras contra el pasado, contra el futuro, y contra todas esas cosas que no entendemos)...
ResponderEliminarSuerte que nunca falta algún escéptico genial que arroje un poco de lucidez en todo esto (aunque pocos se atrevan a recogerla).
Un abrazo.
Pancho.
Cosa extraña el fervor patriótico que puede despertar el ir a vencer a extraños en un lugar extraño… cosa extraña sucede además cuando dos perfectos desconocidos, se descubren, despojados de todo uniforme y quedan uniformados con la sola humanidad.
ResponderEliminarDos tipos comunes, que nada saben acerca de mapas y geopolítica…
Mientras tanto, los generales… nunca van al frente.
Saludos camarada.