El relato siguiente es de mi viejo amigo Dante Bruni, hoy exiliado en el viejo continente.
Aurelio sale de su pequeño hogar a la mañana temprano, antes de toda esa efervescencia desesperante que sufren algunas personas. Cruza la calle y continua caminando por la otra acera. Se siente bien y joven, deposita toda su seguridad sobre sus pies, un caminar lento y decidido. Una calle, dos calles, tres calles. En la cuarta, avanza a paso rápido. Algo extraño le pasa, aunque no sabe con exactitud. Un frió húmedo le recorre todo el cuerpo, un cosquilleo en sus pies, un olor a tierra mojada penetra sus fosas nasales. Ya dejo de sentirse bien. Gira su cabeza y ve que a lo lejos alguien desdibujado levanta la mano, como si fuese una grata reverencia. Aurelio tiene dolor de cabeza y las manos adormecidas. No puede pedir ayuda. No hay nadie. El diluido personaje esta más cerca, Raudamente se aproxima. Aurelio desvanece con una peculiar lentitud. Mira el cielo durante unos largos instantes. Imágenes, ruidos y sombras pasean por su mente. El individuo del que antes hablabamos, ya esta en el sitio, en el sitio de la caída. Lo mira precavidamente. Le presta la mano para que se reincorpore. Aurelio una vez en pie le da las gracias y se intenta marchar. El ser, lo frena al verlo tan atrevido y le dice :
- Aurelio, ya no eres quien crees, no puedes volver a tu casa, ni visitar a tu hijo, ni salir por las noches a tomar el cálido aire, Ahora eres solo una sustancia, tu cuerpo esta en el suelo, inerte. Mírate!
El ánima de Aurelio se da cuenta de lo que ocurre. Comprende entonces que el amable hombre que lo ayudo a levantarse y aquel que lo saludaba de lejos eran una misma persona, un informante de muertes, según la credencial que poseía en su cuello.
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