Así
nos se nos presenta la contratapa de “Vigilar y Castigar”, la célebre obra de
Michel Foucault – 1978 - (editorial Siglo XXI). Quizá nos dan hoy vergüenza nuestras prisiones. El siglo XIX se sentía
orgulloso de las fortalezas que construía en los límites y a veces en el
corazón de las ciudades. Le encantaba esta nueva benignidad que remplazaba los
patíbulos. Se maravillaba de no castigar ya los cuerpos y de saber corregir en
adelante las almas. Aquellos muros, aquellos cerrojos, aquellas celdas
figuraban una verdadera empresa de ortopedia social.
A
los que roban se los encarcela; a los que violan se los encarcela; a los que
matan, también. ¿De dónde viene esta extraña práctica y el curioso proyecto de
encerrar para corregir, que traen consigo los Códigos penales de la época
moderna? ¿Una vieja herencia de las mazmorras de la
Edad Media ? Más bien una tecnología nueva:
el desarrollo, del siglo XVI al XIX, de un verdadero conjunto de procedimientos
para dividir en zonas, controlar, medir, encauzar a los individuos y hacerlos a
la vez "dóciles y útiles". Vigilancia, ejercicios, maniobras,
calificaciones, rangos y lugares, clasificaciones, exámenes, registros, una
manera de someter los cuerpos, de dominar las multiplicidades humanas y de
manipular sus fuerzas, se ha desarrollado en el curso de los siglos clásicos,
en los hospitales, en el ejército, las escuelas, los colegios o los talleres:
la disciplina. El siglo XIX inventó, sin duda, las libertades: pero les dio un
subsuelo profundo y sólido — la sociedad disciplinaría de la que seguimos
dependiendo.
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